domingo, 21 de noviembre de 2010

adelantando el abrazo de domingo a media tarde

“Me decía que aún si perdiera la fe en la vida, en la mujer amada y en el orden de las cosas, aun si me convenciera de que todo es un caos maldito y, quizá, satánico, aunque me fulminaran todos los horrores de la desilusión humana, a pesar de todo, desearía vivir; ¡puestos los labios en esta copa ya no los quitaré hasta apurarla! De todos modos, hacia los treinta años probablemente arrojaré la copa, aunque no haya vaciado su contenido, y me iré… no sé adónde. Pero hasta los treinta años, lo sé firmemente, todo lo vencerá mi juventud: desengaños y toda aversión a la vida. Muchas veces me he preguntado si existe en el mundo una desesperación capaz de vencer en mí esta sed de vivir, furiosa y, quizá, indecorosa, y he decidido que, al parecer, no existe, o sea, no existe hasta los treinta años; después, se me pasará esta sed, así me lo parece. A este afán de vivir, algunos moralistas, mentecatos y tísicos, sobre todo poetas, lo califican a menudo de vil. Este rasgo, esta sed de vivir a pesar de todo, es un rasgo en parte karamazoviano, y también se da en ti, no hay duda; pero ¿por qué ha de ser vil? Es todavía enorme la fuerza centrípeta de nuestro planeta, Aliosha. Hay ansias de vivir, y yo vivo, aun a despecho de la lógica. No importa que no crea en el orden de las cosas, pero me son caros los pegajosos brotes de los árboles que se abren en primavera, me gusta el cielo azul, me gustan ciertas personas a veces, ¿lo creerás?, sin saber a qué se debe mi afecto; me gusta el heroísmo humano, en el que, quizás, he dejado de creer hace tiempo, pero al que sigo honrando de corazón, por la fuerza de la costumbre…”


[Los hermanos Karamazov, Fiódor M Dostoievski]

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